lovely, you are lovely.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Con la casa a cuestas aunque cueste.

Las maletas no pesaban. Llevaba toda su vida ahí, ¿Tan vacía había estado que las maletas llevaban aire? Bueno, siempre podía respirar dentro del equipaje si el oxígeno faltaba allá dónde iba. ¿Pero dónde iba? Ni ella lo sabía, cogió tres autobuses, no miró la dirección, se bajó cuándo la apetecía. ¿Esto era la libertad? No se sentía libre, se sentía confusa. Un poco desorientada pero, sorprendentemente, no perdida.
Estaba en un campo de trigo seco, estaría en algún pueblo de los alrededores de León. Se sentó en el suelo y abrió las dos maletas medio rotas que llevaba. Había un par de chaquetas, varias camisetas y tres o cuatro pantalones, más la muda interior. ¿Podría vivir con eso? La gente antes lo hacía, pero no tenía dónde vivir.
Nuestra pequeña Lucía no sabía dónde dormir, no tenía dónde caerse muerta. Fantaseaba con vivir en los árboles, cómo en aquellos libros repletos de fantasía que tanto la gustaban. Una caballa en el árbol, bañarse en un lago, comer frutos de los árboles, vivir sola y en tranquilidad. Ese sería su hogar, una casa en un bosque.
Pero en la Península española no tenemos muchas selvas, para ello habría que visitar lugares cómo Sudamérica u otros semejantes, y el poder económico de nuestra soñadora de momento no podía alcanzar valores altos.
  Además,- pensó Lucía- me aburriría sola. 
Pues viviría en una biblioteca, oh, aquello si que la encantaría, no se aburriría porque tendría montones y montones de libros apiñados sólo para ella. Sería su tesoro, cómo el oro del pirata, cómo la paz del soldado, el pez del pescador, el amor imposible de las novelas románticas. La lectura sería su gran amor. Nunca la abandonaría, tendría cosas nuevas que contarla. Lucía, quería ser una rata de biblioteca. Alomejor su hogar estaba en ese lugar, oliendo a libros viejos y nuevos, a historias y a lágrimas en las últimas páginas de algún clásico. 
Pero, ¿Dónde comería? No, ser rata de biblioteca sería imposible.
¿Dónde está mi hogar? - se preguntaba nuestras fantasiosa amiga- ¿Dónde está mi sitio?
Cogió el autobús que pasó, pero esta vez no huía, está vez cogió los tres autobuses de vuelta a casa. Llorando en cada parada, pensando que había fracasado. No era un pájaro libre, no era una persona especial, no tenía hogar, no tenía sitio. Todos eran sueños imposibles, todos eran 'no va a poder ser, pequeña', era una fracasada. ¿Que sentido tenía su vida? ¿Su existencia? Lucía pensó que ella era el peón para que otras personas si vivieran historias increíbles, quizás ella habría hecho que dos miradas chocaran, o que se descubriera algún pecado. Pero sólo un peón, ella no era la protagonista. 
Malditos libros, -maldecía la joven- me hicieron creer que yo también podía tener mi historia. 
Resignada, se encaminó hacía su pequeño piso, su piso real, tan real e imperfecto que dolía. Pero ella no quería creer en más cuentos, ni en más magia, ni en más destinos. Haría lo que hacían todos. Sobreviviría. 
Se encontró con el borracho de siempre, aquél hombre había sido un poeta, un poeta que cómo ella había vivido de un sueño, y ahora sólo vivía de la caridad de los peatones. 
Se paró a hablar con el poeta, ebrio de palabras y de alcohol, y le contó sus dudas. Le dijo que no encontraba su hogar. Su sitio. 
¿No tengo ni hueco en el corazón de nadie?- preguntó agotada- Tú, que tanto has amado, dame un consejo.
No te voy a dar ningún consejo- dijo el poeta- te voy a dar un poco de mi hogar. Un poco de mi poesía. Porque mi poesía es mi hogar. Tú hogar puede ser una sonrisa, o el sabor de un cigarro al amanecer, o una canción favorita sonando en un bar de carretera. El hogar no es un sitio, es un sentimiento. Colecciona hogares, cómo aquellos que coleccionan sellos o dinero. Yo inicio tu colección.
Garabateó algo en un trozo de servilleta, la arrugó y se la entregó:
      ''Y en efecto, tú defecto es la falta de afecto.''
Subió a su piso y puso la servilleta en un viejo corcho de Ikea que sólo tenía recibos. Decidió coleccionar hogares, para aquellos que fueran unos sin techo de corazón, le daría hogares a los huérfanos de sentimientos. Ese era su sentida en la vida, su razón de existencia, ella sería alguien grande. 
Escribió la frase en una sábana un poco roída y la colgó en una pared desnuda de aquél piso. La hubiera gustado escribir la frase y el hogar del poeta en la pared, pero la realidad, que ahora la parecía un poco menos mala, era que ella era una alquilada, y que no podía escribir en la pared.
Mientras las farolas alumbraban las calles, ella se quedó sentada viendo la rima en la pared. Leyéndolacantándola  disfrutándola. Se tomó el café de las tres de la mañana y, de pronto, se sintió en casa.

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