No sabía que hacer con su cuerpo, ya que le había dado el máximo juego posible. Sabía que él no podía amarla, eran tan diferentes... Ella era sueños e ilusiones, y él era decisiones y porqués. Se miraba en el espejo la pelirroja, y solamente veí una cara pálida, los labios demasiado hinchados, unos ojos llorosos y rojos. Se sirvió otro vaso de tequila, quedaba poco, mañana debería ir a por otro poco. El dinero... ¡dichoso dinero! Cada céntimo la dolía más, la mataba por dentro, la quemaba. Y él tenía montones de dinero. El era cómo el alcohol que se estaba bebiendo, lo que necesitaba, aun siendo perjudicial, para ella.
Miro una vez hacia atrás, pero ella ya se había metido dentro de casa, de su casa. A la que no volvería a recogerla. Se acabó el teatro. Se acabó la pareja todopoderosa. La gente se tragaría la pequeña mentira de que lo había dejado porque no se querían lo suficiente, si la gente supiera... Supiera que se han tragado un juego de aquél hombre, de que en dos meses ha dicho más mentiras que un político. Si supieran que... el dinero ha roto corazones inocentes... Él se enciende un puro, está cansado de esta chorrada de las mentiras. Y del amor. Y de esa pelirroja de boca de fresa. Anna, como la echaba de menos, pero ella... ella no podía ser suya, ya fue de demasiadas personas antes.
Ya lo decía su abuelo, su inteligente y admirado abuelo: No hay peor amor, ni más bonito que el que no se tiene. A lo que su padre daba el único consejo útil que se sabía: nunca debes enamorarte de una prostituta, nunca. ¿Por qué había sido tan fácil desobedecer el único consejo cuerdo que su padre había formulado?
Nunca más volvieron a verse.
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