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domingo, 9 de diciembre de 2012

Rotura interior.

El fallo está dentro, siempre está dentro. No importa si es el adecuado o no, si es el momento correcto o el incorrecto. Todo lo hace difícil, inalcanzable e imposible. Grietas por dentro, que a veces, si te acercas y observas durante un rato se le ven en los ojos. Resuena el eco de sus tacones por los callejones de Madrid, y suena el eco de sus latidos en los rincones de su cuerpo. Entra con la gracia de una pantera a un bareto, algo oscuro, con un fuerte olor a alcohol. Se lame los labios, antes de ronronear:
- Échame lo más fuerte que tengas.
Apenas cumplidos los dieciocho, con la mirada cansada de alguien que ha visto demasiado, con los bolsillos tan llenos de billetes, que no cabían los sueños. Impaciente, esperando algo, algo que la salve la vida, un poco de pegamento para sus grietas. Tan oscura, tan enigmática y tan misteriosa. Un cuerpo tan vivo para un alma tan muerta. La puerta se abre un par de veces, pero quién estaba allí aseguraba que 3 segundas antes de que se abriera la puerta de la calle, ella ya miraba en dirección en la calle.
En ese local sólo hay una prostituta que ofrece compañía a aquellos pobres diablos, se llama Soledad. Soledad, tan puta, tan dolorosa, tan celosa que una vez que se te mete dentro no hay manera de echarla. Dicen que sólo el amor verdadero puede hacer que se olviden de Soledad, pero ésta no tiene miedo, sabe que dicho amor no existe. Vaga de cuerpo en cuerpo, asentándose en los corazones, helando con unos ojos que no miran, siendo un huésped infectado en el estómago, pudriéndote. Nuestra Soledad, tan puta para hombres cómo para mujeres.
Nuestra pequeña pantera de apenas 18 años no tenía una cita con Soledad, se conocían demasiado bien, demasiado a fondo cómo para dolerse. No, ella esperaba una oportunidad. Pero las oportunidades nunca vienen, hay que salir a buscarlas. Y claro, de madrugada, con los tacones y los ojos destrozados, con más miedo que un cachorro abandonado, y más perdida que un niño pequeño cuándo desaparece del al lado de su madre, decidió sentarse en una mesa al fondo.
- ¿Más de lo mismo? ¿O más fuerte aún? - Preguntó el camarero.
- ¿No tienes lejía?
- Échese otro de estos, nena, que no será para tanto.
- Usted no sabe nada. - Rió con descaro.
- A ver, déjeme adivinar; - Bebió un trago de cerveza que alguien debió dejar allí- ¿Un corazón roto?
- Un terremoto desde el estómago que va a romper en cachos lo poco que quedaba.

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