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domingo, 8 de abril de 2012

Huecos, ladrones y otras muchas verdades.

Se juró a sí misma que no volvería a pasar. Que sería diferente, que no caería en las garras de nadie. No iba a hacer nada por recuperar aquello que le había sido robado. Sabía que estaba vacía, cómo esa calle a esas horas, pero no quería hacer nada para rellenar aquel extraño hueco. No, ese hueco ahora formaba parte de ella, tampoco estaba tan mal. ¿Qué dónde estaba el hueco? En el lado derecho del pecho.
El teléfono comenzó a sonar, la melodía era irritante para una noche llena de insomnio. No quería coger el teléfono, no quería dar explicaciones, sólo quería quitarse los zapatos, echarse en la cama y dormir hasta el año siguiente. Sacó el molesto aparato del bolsillo y vio el nombre que iluminaba la pantalla. El ladrón. El puto ladrón llamaba, ¿qué quería? Ella ya no tenía nada para darle. A lo mejor... quería devolvérselo. ¡Pero estaría a cachos! A ella no le gustaban los pedazos. Ni los puzzles, ¡Jamás había terminado ninguno! Y claro, entre tantas dudas, el teléfono dejó de sonar.
¿Debería haberlo cogido? ¿Estarían las cosas mejor así? Claro. El ladrón y ella deberían no saber nada del otro. Por el bien de ella. ¿Por qué el ladrón no volvía a llamar? Claro, no la quería. Aturdida por su descubrimiento, se daba ligeros golpes en la frente. Ladrón. Mentiroso. Tonta. Estúpida.
Se va con la verdad ya aceptada.
Mierda, el teléfono vuelve a sonar.
- ¿Sí?
- Pequeña, te debo muchas explicaciones.

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