No se huye del pasado. [3/3]

Parte [1/3]

Parte [2/3]

Haber, esta es la supuesta última parte de No se huye del pasado, pero al principio la gente me pidió que no hiciera solo tres pequeñas partes. Si sigue siendo así avisarmelo y prometo seguir la historia de Carlota.

Besitos de vuestra Destripadora (a la que podéis seguir en twitter https://twitter.com/#!/MissMiauMiau )

*** 

No exagero si digo que llevaban diez minutos mirándose sin articular palabra. No era un silencio cómodo, era lo contrario, cómo las miradas de dos lobos dispuesto a luchar por el mando de la manada. Peligroso, temerario y asustado él. Firme, perturbada y rencorosa ella. La viuda del bar observaba la escena con un sentimiento parecido al que tenemos cuando vemos algo desagradable, no queremos verlo pero no podemos dejar de mirar. Los desgastados vaqueros de ella se acercaron a los de él.

- Vete.

- Acabo de llegar - se rió él-, y he pasado bastante frío, hambre y sueño para encontrarte. Pero ha merecido la pena, estás viva.

- No, para tí estoy muerta.

Cuchillos en ambos corazones, incluso la inocente viuda sintió el pinchazo de las palabras hirientes de Carlota. Quién no pudo evitar asustarse de su dolor, del creado y recibido, cómo quien ha recibido una bofetada de su propia mano sin ser poseedor de ella. Ojos húmedos y labios entreabiertos, parecía querer un beso, pero sólo quería eliminar el recuerdo de estos. Él por su lado era un cadáver. Pálido, con el rostro desencajado. Se dejó deslizar hasta el suelo y levantó los ojos para mirarla. Pero Carlota ya no estaba allí, debió suponerlo.

Carlota es escurridiza, valiente y orgullosa. Era la segunda vez que la veía escaparse, y la primera que lo hacía de él, nunca había sido tan cobarde de huir ante su frase, su puta frase, pero sabía que se había equivocado, aunque no pediría perdón.

- Perdona, - susurró una bonita mujer rubia que estaba desde la tabla- soy la dueña del bar y...

El chico hizo ademán de sacar la cartera.

- No, no, no es eso.- Respiró hondo- No soy mujer de meterme dónde no me llaman pero Carlota lleva ayudándome estas dos semanas y creo que merezco devolverla el favor. Sé poco de vuestra historia, ella no quería hablar pero una vez susurró tu nombre, y aunque no sé el pasado de vuestra historia, sé que ella aun te ama, pero te odia por algo que hiciste...

- Más bien que no hice- remató.-

- Eso es cosa vuestra, sólo te digo que su casa es la última. La más grande y la más fea, y que la guardilla está arriba del todo.

- ¡Muchas gracias!

- De nada, Ian.

Pero éste no escuchó la última frase, había salido del bar y casi había alcanzado la casa - el pueblo era muy pequeño-. Entró por la puerta que estaba abierta y corrió dentro. No gritaba su nombre, no le gustaba el dramatismo, no estaban en una película de Spielberg, eso era la realidad.

Subió y encontró una pequeña tienda creada con sábanas, había luz dentro. 

- Toc, toc.

- No hay nadie en casa.

- Puedo dejar una nota, si lo prefiere.

Carlota sintió una curiosidad muy grande, así que susurró un sí.

Tres minutos después una mano deslizó un trozo de servilleta debajo de la improvisada tienda de campaña.

Quiéreme, que te quiero. 

- No es tan fácil, Ian. Casi me matas.

- No digas eso... sabes que no es así.

- Me pusiste de cebo.

- Sabía que iba a salir bien, Carlota, joder. - Tiró de la sábana- Que si hubiera habido peligro verdadero hubiera sido yo quien hubiese traspasado las armas, te lo juro. Sabía que sólo harías que los guardias fueran a por tí y que podrías con esos dos. Somos espías tenemos ese problema, ¡Corremos peligro!

- Me pusiste en peligro.

- No pasó nada.

Carlota se quitó la camiseta. Ian primero se quedó sorprendido, luego excitado, hasta que los ojos que recorrían su cuerpo llegaron a una enorme cicatriz del costado. Un poco más arriba había una marca de bala. Ian se sintió morir, quería hacerlo en ese mismo momento realmente. Ella había sido herida de muerte, pero cómo era un puto ángel puso sobrevivir.

- Perdóname.