Nos situamos en una reunión del té en la vieja Inglaterra,
Elisa, una revuelta joven de pelo rubia y vestido oro y burdeos, deposita sus
cansados ojos sobre las manos de su madre. Están arrugadas, y lleva un anillo
que su padre la regaló. La mira a los ojos, a ella y al resto de sus amigas,
todas tan perfectas a pesar de su edad, tan pulcras y limpias. Esos peinados
que aunque complicados, son preciosos, esas perlas y esa sonrisa cansada en el
rostro pálido. Estaban hablando de ella, de su compromiso con el hijo del
comandante Helth, los fabulosos preparativos, y la majestuosa sala en la que se
celebrará el banquete. Elisa está cansada de ser un objeto, de que el exterior
de la mujer sea sólo lo importante de ellas. Ella se levanta, mira a su madre y
la pide perdón, pero no quiere casarse con ese hombre que la hará infeliz el
resto de su vida, ella quiere ser profesora, enseñar las maravillas del mundo y
hacer que las personas adquieran más conocimiento. La toman por tonta y se ríen
de ella, claro que se casará, es una mujer, ¿En que estará pensando? ¿Qué bobadas
se la habrá metido en la cabeza?
Llega el día de la ceremonia; Elisa con los ojos rojos de la
llantina por no poder haber evitado el trágico destino que se la venía encima,
luce su cuerpo con un vestido digno de una princesa, su pelo cae en pequeños
rizos, y sus labios destacan sobre su blanca tez. Una vez en el altar mira a su
futuro marido, al que ese bigote le hace parecer muy ridículo, y tiene una
mirada fría, con la que tendrá que despertar todos los días de su vida. Sale
corriendo, por el pasillo miles de miradas sorprendidas, y un par de manos
arrugadas de mujer que intenta aferrarla, pero ya no lo harán. Ella, blanca
paloma de cielo infinito, es libre.
Por ella, por Elisa, cómo las miles de jóvenes
incomprendidas, y condenadas, hablo como una mujer. No cómo una feminista, si
no cómo una mujer. No se trata de ir guapa, ni de tener un cuerpo de modelo. No
se trata de labios rojos ni de colonias caras, tampoco de tacones altos ni
vestidos cortos. No hablo de horas de preparación antes de una fiesta, ni de
rechazar el chocolate cuándo el hambre no perdona. Ir a la peluquería y echarte
miles de cremas por el cuerpo y la cara, no. Estar siempre perfecta parece que
es una obligación. Hablo de ser mujeres, altas y bajas, gordas y delgadas,
rubias, pelirrojas o morenas. Con el pelo azul si hace falta. ¡Y vestidas de
hombre si queremos! Hablo de expresar lo que sentimos y que ya no nos vuelvan a
decir que es lo que dirán si vamos con un hombre hablando por la calle, o si
nuestros padres son quienes son.
Elisa, yo quiero ser cómo tú.
Elisa, la mujer que todas querriamos ser ;)
ResponderEliminarOh, es precioso. ¡Prometo que tengo la piel de gallina! sabías palabras<3
ResponderEliminarYO QUIERO SER ELISA :)
ResponderEliminarTransmites tanta valentía... Genial.